Relato
El partido de la vida
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Ese viernes era el último día de clases en el colegio, estábamos en exámenes finales y era fin de año, ya se podía saber entre nosotros quien perdía el año y quién lo pasaba, eso no era secreto para nadie, pero más allá de hablar de temas académicos, quiero contarles un relato que me dejo algo maravilloso en mi vida, una historia que sucedió en la tierra del mote y el mango con olor a papaya y a tierra mojada, una tierra que me permitió vivir momentos mágicos de una niñez inolvidable, que se niega a morir.
Si tan solo pudiese regresar en el tiempo y ser tan solo un espectador, para poder volver a disfrutar de aquello tan puro y real, porque éramos reales…pero crecimos y todo cambio.
Ya desde el jueves teníamos todo acordado para un partido de Beisbol con los del barrio del lado…las margaritas; o mejor con
«Los margariteños» así les decíamos despectivamente todos en Venecia en aquella época.
El barrio quedaba justo al lado de aquella Venecia vieja, dónde una calle aun no pavimentada comunicaba barrio con barrio y era el punto de salida para coger el transporte público.
Venecia un barrio de personas acomodadas, no éramos ricos todos, pero sí que haba gente con buena posición social y en general bien económicamente.
Pasando aquella calle polvorienta comenzaba el barrio las margaritas, un barrio normal, popular dónde la situación de ellos no era en la mayoría de los casos la mejor.
Recuerdo que muchas de las madres de nuestros amigos de juego de la época, trabajaban en casas de Venecia como empleadas domésticas y muchos padres pintaban casas y hacían jardinería, vendían verduras, raspaos y hasta barriletes entre otras cosas.
Entre niños solo nos importaba jugar a la checa, futbol, beisbol y muchos otros juegos de niños. También peleábamos, pero nos contentábamos y siempre buscábamos la manera de jugar, pero esto a medida de los años se fue convirtiendo en una rivalidad acérrima y un reto para cada bando de cada barrio poder ganar. En ese momento entendí que debía ponerme de un lado y defender lo que me pertenecía.
En Venecia había en su momento un lote baldío llamado por todos «el campito», era en este lugar donde se disputaban los partidos más increíbles que dejaron muchas historias y enseñanzas.
El partido de béisbol comenzaría a las 3:00 de la tarde, todo estaba acordado, los de Venecia preparamos los bates, bolas manillas Wilson, macgregor zapatilla Nike y Reebok y con uniformes algunos.
No nos podíamos quejar teníamos los de Venecia la indumentaria y una banda que tenía todo para ganar, Cristian, Luis Carlos, Ricardo José, el Nana, los Pombo, los Mercado y Rafael encabezaban la novena beisbolera.
Del otro barrio «los Margariteños» muchos llegaban en chancletas, descalzos o con zapatos comprados en las canastas del mercado, pantalonetas hechas de jeans viejos y camisetas de política o de marcas de gaseosa que les regalaban, algo increíble era que hacían las manillas de beisbol improvisadamente con bolsas de cemento, ninguno uniformado y una que otra gorra alusiva a propaganda política.
En su bando estaba Oscarito el líder y sus hermanos, el Benja, el Rodrigo, el ñoño, el mono, el manbolo ellos aseguraban la novena.
Se apostaba la gaseosa, dos coca cola litro de cada bando, se debían comprar y los ganadores se llevaban el botín.
El partido empezó como acordado y termino como siempre… con una paliza de «los Margariteños» a nosotros los de Venecia y siempre terminábamos en peleas y retándonos unos a otros, éramos malos perdedores, nunca aceptamos el hecho que ellos casi siempre nos ganaban en todo y con tan poco…poco para dar teníamos nosotros que en el confort y los lujos no entendíamos que debíamos esforzarnos más para poderles ganar, se necesitaba corazón y pundonor.
Habíamos perdido nuevamente contra «los Margariteños» aquellos que sus papás trabajaban en las casas de Venecia en oficios varios, que crecieron seguramente con más dificultades y sin lujos que se ponían la ropa que nosotros dejábamos, pero que nos mostraron el verdadero valor del amor propio y la voluntad.
éramos niños, pero esto lo vine a entender cuando crecí y me hice hombre, en aquella rivalidad nosotros jugábamos la gaseosa y ellos se jugaban más que eso… el honor tal vez? creo que ellos nunca pensaban en la gaseosa y nosotros ¡Si! esa era la gran diferencia.
Nos ganaban bien y nos daban siempre una lección de resiliencia y valor.
Hace unos días vi a Oscarito el líder de «los Margariteños» ¡es el mismo! la misma sonrisa y don de gente, nos abrazamos y volví a ver en su cara esa mirada y sonrisa de niño, ya un poco más viejos pero con los recuerdos intactos, reímos y reímos nos invadió la nostalgia y volvimos a ser aquellos niños, que aunque nos dividía una calle polvorienta y las diferencias sociales, esto nunca nos impidió jugar y divertirnos, éramos amigos y fuimos muy felices, hace muchos años ese callejón fue cerrado construyeron una casa y esa puerta dimensional se cerró lastimosamente, fue sin duda uno de los regalos más maravillosos de la vida, una gran enseñanza que llevaré conmigo por siempre.
Autor:
Boris Sánchez Maldonado